El ex presidente mantiene intacta la hostilidad contra el gobernador. Se queja, en Olivos, de sus palabras y de sus apariciones públicas. Estalló por su foto con Mauricio Macri y por sus postales con Jesús Cariglino y Pablo Bruera, los rebeldes del PJ más locuaces.
Pero atribuye la sublevación del gobernador a una usina peronista que -alerta desde su búnker- pivotea sobre dos ministros y un senador: Baldomero «Cacho» Alvarez, de Desarrollo Social, y Eduardo Camaño, de Gobierno, y el titular del Senado, Federico Scarabino.
La más intensa de las furias recae sobre Camaño. Invoca supuestas palabras del ministro, en público, ante auditorios numerosos, con críticas encarnizadas hacia el matrimonio K. Sobre ese funcionario descargará Olivos la presión para que Scioli dé un gesto.
Traducción: Kirchner dejó trascender que el gobernador debe desprenderse de, como mínimo, uno de los ministros a los que atribuye incentivar un polo crítico. No es la primera vez que va por esa osamenta: intentó, en dos ocasiones, decapitar a Camaño. Fracasó.
Fue Juan José Alvarez, sigiloso huésped de Olivos, quien maniobró para liberar esa oficina y dejarla deshabitada para que la ocupe Emilio Monzó. La resistencia del gobernador a ese cambio puebla el decálogo de enojos del patagónico con su ex compañero de fórmula.
Sobre la cabeza de Camaño pendulan, desde el fin de semana, los términos y condiciones de la convivencia entre Olivos y La Plata en las próximas semanas. Kirchner pretende que Scioli le entregue ese sacrificio. El gobernador, como siempre, buscará caminos laterales.
Para el peronismo, y para Scioli, Camaño puede convertirse, tardíamente, en un mártir: la defensa del ministro -la paradoja es que Kirchner quiso reemplazarlo por Monzó, a quien hizo echar en 2008- puede detonarse como un nuevo elemento para alimentar el malestar del PJ bonaerense.
Kirchner focaliza sobre el gobernador porque asume, quizá con certeza, que si neutraliza a Scioli los amotinados se quedan sin retador. La rebelión se desintegra, creen en la Casa Rosada, cuando el gobernador, una vez más, se postrerne ante el mando superior.
Hay, sin embargo, una serie de variables que escapan a esa linealidad. Una de ellas es que, por primera vez en su larga y tortuosa cohabitación con los Kirchner, Scioli dejó traslucir su molestia por el trato que le dio el patagónico cuando lo retó públicamente en La Boca.
Puede parecer un dato menor pero no lo es. En un rincón y en el otro del ring, la lectura es similar: «Ya no volverá a haber confianza». Aunque sobrevenga una tregua, con o sin cambios en el gabinete sciolista, la relación quedó contaminada y arderá, otra vez, ante el mínimo chispazo.
Scioli, que en instantes así se atrinchera en su círculo íntimo, advierte que a su lado brotan las conspiraciones. El rumor de un potencial desdoblamiento de la elección bonaerense respecto de la presidencial, por caso, surgió en la Legislatura.
Al confirmar que no lo hará, Scioli deslizó además que puede hacerlo. Evitó decir algo más: el PJ tiene minoría en ambas cámaras, y si quisiera, la oposición podría votar una ley para establecer que las elecciones deben ser en fecha diferente a la nacional.
Repartos
El PJ bonaerense, donde la mayoría de los dirigentes es anterior a la llegada de Kirchner -de hecho, primero lo ningunearon, algunos luego lo enfrentaron en 2005-, empezó a escribir un relato sobre el tipo de relación que pretende con el ex presidente.
«El modelo no está en discusión -dice un cacique territorial con peso en el partido-. Lo que está en discusión es si en la defensa del modelo compartimos las buenas y las malas o nosotros, el peronismo, sólo pagamos en las malas pero no participamos de las buenas».
Y se anima a una analogía: «Así como queremos redistribución del ingreso, es necesaria una redistribución del poder».
En Olivos y en Casa Rosada descansan sobre la creencia de que el motín de los bonaerenses perderá intensidad con el paso de los días. Dan por hecho que Scioli cederá y que, sin margen, la mayoría de los díscolos terminarán por alinearse. Bruera puede ser uno que no lo haga.
Los demás, en el peor de los casos, saben que existe el perdón. ¿Acaso Kirchner no indultó a los dirigentes que se mantuvieron leales a Eduardo Duhalde y enfrentaron a los Kirchner en 2005? Algunos, con el tiempo, cobraron mejor que los que saltaron al kirchnerismo.
Un caso testigo: Julián Domínguez fue jefe de campaña de Chiche Duhalde y ahora es uno de los ministros predilectos de Cristina de Kirchner. ¿Por qué el Grupo de los Ocho no puede especular con que sus posturas distantes de Olivos puedan ser, de cara a 2011, la manera de negociar diputaciones y cargos?
En definitiva, fue Kirchner quien declaró abierta la temporada electoral y quien empujó a ministros K a caminar la provincia. Ahora se atraganta con los sinsabores de aquella maniobra para incomodar a Scioli.
fuente ambito.com