Pero como nada es perfecto en nuestro Universo, aunque la naturaleza de por sí pareciera que lo es, y sólo es necesario estudiarla y comprenderla, los humanos hemos pretendido, a lo largo de los siglos, imponer nuestra propia voluntad y solucionar los problemas por la vía de la agresión y de la muerte.
La historia que estudiamos, la que queda escrita para la posteridad, es la que narra guerras y enfrentamientos. De los tiempos de paz nadie habla. Recordamos la muerte de Sócrates, obligado por una adversa votación a deber la cicuta o los asesinatos de los cristianos arrojados por Nerón y otros ególatras romanos a los leones, imponiendo el hasta hoy tan conocido “panem et circenses” con que distintos gobiernos pretenden hoy, cada vez más, “engatusar” a los pueblos que descreen de los principios de la cultura y de lo correcto.
No pretendemos hacer un resumen de todas las guerras que la historia nos relata, pero si apoyar nuestra prédica en la sinrazón de los humanos. Una ideología logra cambiar la organización gubernamental de la Rusia monárquica, prometiendo vida digna y trabajo, y termina asesinando a millones de habitantes del país, perseguidos procurando imponer sus ideas. Otro país vecino elije por amplia mayoría en votos un gobierno popular que promete panaceas pero que luego se vuelve demoníacamente asesino y provoca la mayor de las guerras mundiales, en la cual entre ambas naciones, Rusia y Alemania, terminan matando mas de cincuenta millones de seres humanos, y dejando a toda Europa semidestruida.
Esa naturaleza humana que heredamos de Caín y Abel sigue impunemente su tradición: toda disputa o rivalidad se termina a los tiros. Sea entre familiares, vecinos o cuñados peleados. Así se destruyen los vínculos familiares y el destino de los niños que nacidos inocentes crecen entre tiros y terminan siendo víctimas, y cuando sobreviven, pasan a ser victimarios porque es lo que han visto y vivido junto a sus padres.
En los últimos tiempos apareció otra clase de enfrentamientos, la derivada de enemistades religiosas. Apareció el fanatismo, impulsado por otra clase de cultura que pretende colocarse por encima de las demás y promueve la aniquilación de toda persona que no practique esa creencia. Ese fanatismo está matando cientos de miles de seres humanos en enfrentamientos en Asia y África, y no conforme con ello, lleva su agresión a cobardes atentados como el de nuestra AMIA hace 20 años o el de las Torres Gemelas de hace diez años.
En América Latina, salvo escaramuzas, o enfrentamientos como la guerra del chaco paraguayo o las de fronteras de Perú, con Chile y Bolivia y después con Ecuador, no hemos tenido guerras multinacionales. Pero igual nos matamos dentro de nuestros países. Un continente rico, con una estructura educativa que se esfuerza en abarcar a todos los educandos, que podría sembrar una semilla de cultura que acerque a sus habitantes, tiene hoy la enfermedad del consumo de narcóticos y de su derivado el narcotráfico. En México murieron 50.000 personas por enfrentamientos entre grupos que negocian con los estupefacientes. En el Brasil, se vivieron décadas de asesinatos hasta que el gobierno tomó control de sus “favelas” y está logrando mitigar el problema, pero este problema se está trasladando a la Argentina, a vista y paciencia de su gobierno.
De país levemente usuario está pasando a ser de tránsito y usuario extendido. En nuestras villas, asentamientos de pobres e indigentes, la distribución y consumo de toda clase de drogas está fuera del control del Estado. En el país hay centenares de pistas para avionetas que, procedentes de Perú y Bolivia aterrizan trayendo ingentes cargamentos que luego son impunemente distribuidos en nuestras ciudades, principalmente para el consumo de la juventud que tampoco estudia ni trabaja, y para su despacho al exterior, por diversas vías, unas más sofisticadas que otras.
Cuando hay enfrentamientos entre las distintas bandas o cárteles, todo se arregla con secuestros, tiros y asesinatos, sea quien sea el caído, como acaba de ocurrir con una inocente menor, cuya única culpa era ser hija de un traficante o “pirata del asfalto”.
De todo lo anterior, de las guerras mundiales, no somos responsables directos. Pero de la inseguridad y drogadicción creciente cada día, si lo somos. Lo somos todos, gobierno y ciudadanos. El gobierno porque no controla las fronteras, el tráfico de la droga. Los ciudadanos porque vemos a diario consumidores descarriados y no actuamos procurando convencerles del mal que se hacen a su propia salud, a la juventud, al futuro del país. Porque tenemos experiencia en que cada vez que hemos planteado una denuncia, a las fuerzas de seguridad o a la justicia, poco o nada se obtuvo y por el contrario, quedamos en la mira de los delincuentes que tienen desde ese momento todos nuestros datos.
Todo ello porque en muchos países nos rigen gobiernos compuestos por funcionarios corruptos, que llegan a cargos electivos o designados con un único fin: aumentar su patrimonio lo más rápido posible, por los medios que sea. Así vemos denuncias de enriquecimiento en forma meteórica de algunos de ellos luego de pocos años de ocupar cargos públicos, por encima de toda estadística y lógica.
Nuestro país, la Argentina, tiene la posibilidad de alimentar a 400 millones de personas. Pero en la Argentina hay poblaciones indignas de ser consideradas poblaciones, con viviendas miserables donde se hacinan personas, seres humanos, niños, donde hay hambre y miseria. Y al mismo tiempo, con solamente 40 millones de habitantes, se patentan anualmente algo menos de un millón de automóviles nuevos. Todas las semanas se abre algún moderno nuevo centro comercial. Algo en nuestro sistema de vida, en nuestra economía, no está balanceado, y ésta debía ser la prioridad, la principal preocupación de los futuros gobernantes, pero a ninguno de los candidatos le hemos oído preocuparse y formular propuestas serias que procuren solucionar estos problemas.
El mundo está convulsionado. Si, es cierto. Pero: ¿será imposible lograr entre los seres humanos un concierto que traiga dignidad a la vida?
Ante tanto pesimismo, nos queda reproducir un monólogo (uno de los tantos…) del genial Tato Bores ( pedimos perdón por el Copyright), que hace unos años dijo así:
“Qué país! ¡Qué país! ¡No me explico por qué nos despelotamos tanto…si éramos multimillonarios!' UD. iba y tiraba un granito de maíz y ¡paf !, le crecían diez hectáreas…. Sembraba una semillita de trigo y ¡ñácate!, una cosecha que había que tirar la mitad al río porque no teníamos dónde meterla…
Compraba una vaquita, la dejaba sola en el medio del campo y al año se le formaba un harén de vacas… Créame, lo malo de esta fertilidad es que una vez, hace años, un hijo de puta sembró un almácigo de boludos y la plaga no la pudimos parar ni con DDT.
Aunque la verdad es que no me acuerdo si fue un hijo de puta que sembró un almácigo de boludos, o un boludo que sembró un almácigo de hijos de puta.'
Habrá imaginado el genial Tato que su monólogo tendría tanta vigencia hoy????
NOTA: Mis lectores saben que no es mi costumbre utiilizar determinadas expresiones “agresivas”, pero: ¿quien soy yo para modificar algo dicho por ese inolvidable genio?
Hasta la próxima semana, amigos,
Alejo Neyeloff
alejo@neyeloff.com.ar