Y todo lo que se escribió con anterioridad a estas elecciones, fue obra única y exclusiva del gobierno nacional quien puso de manifiesto la verticalidad absoluta del oficialismo, que no admite ningún espacio deliberativo para la toma de decisiones que no sea unipersonal.
Todos recordamos la patética posición en la que se puso a los aspirantes a convertirse en el candidato del oficialismo, con una larga espera a la que se rodeó de una gran expectativa aguardando con solemnidad que llegara desde la decisión soberana la voluntad de ungir candidato a alguno de los aspirantes.
En suma, la derrota de hoy tiene dueño, o mejor dicho dueña y probablemente esta voluntad por mostrarse como la única que decide por lo menos dentro de su partido, puede haber hecho mella en la imagen de un candidato al que se vio arrodillado esperando la bendición.
Puede que esa imagen de sumisión y de incondicionalidad, haya sido percibida entre los electores como un claro anticipo de lo que podría resultar de un eventual triunfo del oficialismo nacional.
El razonamiento puede haber concluido que un triunfo de este candidato, podría aparejar la pérdida de una autonomía tan largamente peleada.
No se entiende que en un país en el que se busca lograr una descentralización que ponga en cabeza de las administraciones locales la capacidad de tomar decisiones, de manejar recursos, de proyectarse según sus necesidades y de articular acciones coordinadamente con la Nación, se insista en consolidar una imagen cuasi monárquica, a la que se pretende promover una devoción casi religiosa y artífice exclusiva de triunfos.
Sería bueno que el gobierno recordara que su candidata es humana y que como tal tiene errores y aciertos y sería bueno también que pudiera desarrollar la capacidad de hacerse cargo de las consecuencias.
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