Aunque las encuestas muestran aún al jefe de gobierno porteño como a la figura alternativa mejor posicionada en el país, Macri comprendió que la prioridad –tanto si se analiza la competencia presidencial como si se atiende a las necesidades del distrito capitalino- no reside en una puja entre los opositores para ver quién supera a quién, sino en la búsqueda de una convergencia asociativa capaz de derrotar a la coalición oficialista en el comicio de octubre.
En la decisión de Macri –al fin de cuentas, un ingeniero- pesaron el cálculo y la evaluación realista. Su candidatura en la ciudad es más fuerte que la de cualquiera de sus dos eventuales delfines (Gabriela Michetti, Horacio Rodríguez Larreta) y contribuye, en principio, a apuntalar la ciudadela desde la cual el Pro procura proyectarse al conjunto del país. Ese baluarte hoy se ve asediado no sólo por el kirchnerismo (aún sin candidato) sino por las tendencias de centroizquierda que impulsan la ambición de Fernando Solanas. Que el Pro retenga el gobierno de la ciudad autónoma es una condición ineludible para cualquier sueño de expansión nacional. Evitar que la conquiste el kirchnerismo sería, asimismo, un aporte muy significativo a una estrategia del conjunto de la oposición. El resultado del comicio porteño de julio tendrá un efecto muy fuerte sobre la opinión pública nacional y ejercerá influencia sobre las presidenciales de octubre.
Al despejar el terreno de los aspirantes a la candidatura presidencial, Macri también actuó estratégicamente. Comprendió que, por mejores que fueran sus números en las encuestas, esta vez su nombre no podría sintetizar una candidatura unificada para competir con el kirchnerismo, particularmente después de la frustración de la interna por etapas del peronismo disidente, su principal aliado potencial. Y erigir una candidatura alternativa vigorosa es indispensable para la ciudad autónoma: a Macri le alcanza con recordar el hostigamiento que sufrió durante estos cuatro años para imaginar lo difícil que le resultaría gobernar su distrito si el kirchnerismo consigue retener la presidencia en octubre.
Así, su decisión le proporciona a Macri réditos en su bastión capitalino y al mismo tiempo le permite hacer un tributo a la convergencia alternativa: con su retirada táctica facilita la concreción de una red opositora en la que ya trabajan (de a ratos tejiendo, de a ratos destejiendo) radicales, peronistas federales, independientes…y también reservados operadores del Pro), entre otros.
Eduardo Duhalde relanzó su propia candidatura presidencial este viernes. Ricardo Alfonsín resolvió tomarse una semana en boxes: descanso y abstinencia de tabaco en Entre Ríos. Sus operadores, entretanto, le facilitaron sus próximas conversaciones inclinando la cancha en el sentido de un acuerdo que vaya más allá del Frente Progresista con el GEN de Margarita Stolbizer y el Partido Socialista con influencia en Santa Fé.
Aunque (a menudo con ánimo de ninguneo) se ha insistido en las semejanzas físicas y oratorias de Ricardo Alfonsín con su padre, no se ha subrayado, en cambio, una similitud políticamente relevante: la obstinación en convertir al radicalismo en una opción de gobierno y no meramente en una propuesta testimonial de oposición y control. En la década del ’80 del siglo pasado, Raúl Alfonsín convenció a sus correligionarios de que la UCR no tenía escrito un destino de eterno segundo y que podía ganarle un comicio al PJ sin la ayuda de las proscripciones o las trabas que pudieron beneficiarlo en décadas anteriores. Hoy Ricardo Alfonsín trabaja en la misma dirección que su padre, lo que lo obliga a lidiar con posturas que -en su propia fuerza y en algunas de las corrientes vecinas- confunden principismo con aislamiento, con ingenuo y anacrónico dogmatismo, cuando no con una resignación que conduce a capitular frente a la ofensiva argumental del adversario oficialista.
La paciente gestación de la red política alternativa y la propensión a que decante una fórmula competitiva capaz de congregar la voluntad opositora corre en paralelo con las tensiones que se observan en la coalición oficialista (parcialmente contenidas por el manejo del Estado y sus recursos) y con una tendencia al retroceso de la imagen y la inclinación al voto de Cristina Kirchner, que las encuestas empiezan a registrar. Si bien la Presidente –probable, aunque todavía no segura, candidata del oficialismo- sigue exhibiendo altas marcas en los estudios demoscópicos y según esas encuestas hoy se impondría sin necesidad de una segunda vuelta, lo que se ha observado en el último mes es que su imagen positiva cayó 5 puntos, su imagen negativa creció en el mismo valor, y la inclinación a votarla retrocedió 4 puntos. Se conjetura que esta tendencia puede acentuarse en las próximas semanas, a medida que se consolide una oposición de rasgos competitivos.
Algunos observadores han comparado la marca actual de inclinación al voto por Cristina Kirchner (47 por ciento) con la que ella registraba en abril de 2007, el año en que fue elegida (en aquel mes 57 de cada cien argentinos aseguraban que la votarían) y con el porcentaje de votos que efectivamente obtuvo en aquel comicio (45 por ciento).
En 2007 hubo 12 puntos de diferencia entre lo que las encuestas le proponían en abril y lo que consiguió en las urnas; pudo evitar el ballotage porque superó el 40 por ciento de los sufragios y la diferencia con el segundo comandante fue mayor que 10 puntos. Esta vez, ya en abril, en las encuestas, parte 10 puntos más abajo que cuatro años atrás.
La comparación y los últimos datos no alcanzan, sin embargo, a apaciguar la euforia con que algunos círculos del oficialismo rodean a la potencial candidata y procuran aventar sus dudas, convencerla de que ganará sin necesidad de segunda vuelta. La señora va y viene entre ese entusiasmo y las vacilaciones. ¿Podría triunfar en primera vuelta sin contar con triunfos contundentes en los distritos más poblados? ¿Le prometen acaso una victoria de esa magnitud en Córdoba, en Santa Fé, en la Capital? ¿No ocurre que en Córdoba hoy las encuestas adelantan un triunfo de Luis Juez, en Santa Fé del frente socialista-radical y en la ciudad autónoma del Pro? ¿Por cuánto debería triunfar, entonces, la eventual candidatura de la Presidente en la provincia de Buenos Aires para garantizar que no haya ballotage, tomando en cuenta aquellas situaciones en las otras provincias grandes? ¿Viene acaso el oficialismo de una victoria rotunda en la provincia de Buenos Aires o no es que allí Néstor Kirchner, menos de dos años atrás, encabezó una derrota a la que arrastró a muchos de los jefes territoriales?
Esas legítimas preguntas que formulan algunos analistas seguramente formarán parte del plexo de dudas que justifican la demora presidencial en definir su candidatura a la reelección. Quizás la idea de medir en encuestas una eventual candidatura presidencial de Alicia Kirchner (como se informó esta semana) sea una táctica preventiva: el oficialismo se encontraría en una delicada situación si a último momento Cristina de Kirchner decidiera no postularse. Como un ensalmo destinado a conjurar esa amenaza y aquellas dudas, el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, repitió esta semana en voz alta: “La candidatura de Cristina es inevitable”.
Sin embargo, a la preocupación por la posibilidad de tener que afrontar un ballotage, la señora suma otros motivos para el titubeo. Ella sabe que, ya mismo, antes aún de que aceptar su candidatura y antes de que eventualmente sea reelecta, se ha iniciado una dura pelea por la sucesión en 2015. Ve avanzar a Hugo Moyano, observa cómo desde su propio entorno se procura esmerilar al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli. No necesita mucho para imaginar adónde pueden conducir esas peleas, especialmente en el marco de presiones inflacionarias que no ceden y de una puja redistributiva sin contención. Un mes después de firmar un convenio que parecía ser moderado y en la misma semana en que la Presidente pidió sensatez en los reclamos, los camioneros de Moyano se lanzan a exigir un nuevo aumento al sector petrolero y amenazan con parar y dejar al país sin combustible.
El paisaje preelectoral, que hasta hace algunas semanas exhibía una gran abundancia de candidatos plausibles, hoy se ve mucho más acotado: algunos brotes se inhibieron, otros fueron podados o trasplantados, algunos apenas se insinúan y no se sabe cuál será su futuro. Por ahora, si un mensaje se desprende de ese jardín, tiene el formato de una incógnita: “¿Hay, verdaderamente, candidaturas inevitables?”.
Jorge Raventos