Si es cierto que a la historia la escriben los que ganan, es razonable que los gobernantes quieran ser sus autores.
Con habilidad política y un impresionante aparato mediático, en los últimos dos años los Kirchner lograron construir enemigos malignos y verosímiles. Así, corrieron al Gobierno del foco natural de las críticas, para que deje de ser visto como el responsable máximo de lo que sucede y sea considerado un poder menor frente a las grandes amenazas nacionales e internacionales.
Entienden (o actúan como si lo entendieran) que no se trata sólo de la conquista del poder, sino del manejo discrecional del mismo mientras se convence a los ciudadanos de que el poder real está en otro lado. Trasladan la encarnación del Mal (que en el inconsciente posmoderno está tan asociada a los gobiernos) a otros que muestran como más poderosos y malvados (“militares genocidas”, “oligarquía sojera”, “partido judicial” o “monopolios mediáticos”).
La batalla por el relato no parece menor desde esa óptica. Es una batalla cultural que va a incidir en los años siguientes. No se trata simplemente de cómo los Kirchner van a quedar en los libros de historia (algo de por sí importante para cualquier político), sino de qué fuerza social van a disponer cuando dejen el Gobierno. En la Argentina, la cárcel no es un lugar adonde vayan a dar muchos funcionarios. Pero algunos van. Menem, entre otros. No permaneció demasiado, pero lo persiguen las querellas y el descrédito suficiente como para vivir con esa cruz hasta su último día.
El kirchnerismo pretende que, si alguna vez le ocurre esa desgracia, su aparato económico, político y comunicacional subsista para movilizarse e impedirlo. Y para eso necesitan, entre otros requisitos, que el relato de la historia los coloque del lado de las víctimas. Porque los victimarios sólo movilizan el desprecio.
Algo más: los Kirchner son injustos cuando responsabilizan a los medios de haber construido un relato que los ubica cerca de la corrupción, la hipocresía y el autoritarismo.
¿Qué medios “relataron” desde el 2003 la obsecuencia sin límites de políticos, empresarios y jueces, el uso de la publicidad oficial como garrote de adoctrinamiento, las amenazas a los periodistas, el espionaje contra los opositores, el control de la información como botín de guerra, el manejo de la Caja del Estado para apretar a los gobernadores o la corrupción en la obra pública?
No, el relato de un kirchnerismo asociado a los vicios de la política no es responsabilidad de los medios. Es una acusación injusta con una mayoría que mantuvo un silencio obsecuente con el poder K. Y en especial es injusto con los que no fueron cómplices.
(*) Director de la Revista Noticias.
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