Nada parece alcanzarles. Es cierto, Boudou era un liberal convencido, militante de la Ucedé… Todo eso es cierto. Pero, ¿hasta cuándo deberá cargar el pobre con ese estigma? ¿Nunca se convencerán de que eso ya pasó y que ahora se ha dado cuenta de que estaba equivocado? ¿No entienden que aquellos gustos y preferencias fueron pecados de juventud que apenas si llegaron hasta sus cuarenta y pico de años? ¿Se puede castigar eternamente a alguien por haber descubierto la verdad un poquitín tarde? ¿No es preferible una conversión postrera (y "exprés", para usar palabras del ministro) que morir en el error?
Cada vez que el bueno de Amado recita el credo progre, aprendido de apuro; cada vez que habla bien del Estado y mal del mercado; cada vez que condena al Fondo Monetario Internacional o a las corporaciones, ya sabemos que detrás ha estado el matrimonio presidencial azuzándolo y pidiéndole pruebas de amor y fidelidad. El, culposo, entrega esas pruebas con extraordinario empeño, sobreactuando todo, y cuando cree que por fin Néstor y Cristina están convencidos, se despachan con el reclamo de nuevas pruebas. Por eso, sospecha que este juego perverso no terminará más, y su peor pesadilla es verse arrojado fuera del Gobierno después de haber dejado en la porfía toda su historia, sus viejos amigos y sus creencias.
Como Gaudio, Boudou no la está pasando bien. Es verdad que como economista liberal de tercera o cuarta línea probablemente no hubiese llegado nunca a ser ministro. Pero ponerlo frente a las cámaras de televisión para que hable mal del diario La Nacion, con el que seguramente tanto se ha identificado siempre, no le debe haber resultado fácil. De hecho, en esa conferencia de prensa se lo vio nervioso, inquieto, incómodo, como quien repite por encargo un libreto que le parece horrible.
Imaginémoslo al pobre Amado encontrándose en la calle con sus ex alumnos de la Universidad del Centro de Estudios Macroeconómicos Argentinos (CEMA), el antro liberal en el que hasta hace pocos años enseñaba las bondades de la economía del mercado. ¿Qué les dirá? ¿Cruzará de vereda o intentará reconvertirlos?
Pensemos también en su biblioteca de estudioso y docente, que de pronto se tornó incómoda y hostil. ¿Ya habrá tirado esos libros que para él eran la Biblia, temeroso de que alguien se los descubra? ¿Habrá salido a comprar otros, opuestos, cuyos títulos seguramente ni siquiera recordaba? Pensemos en cómo ha de temer que algún malvado les dé la palabra a sus antiguos compañeros de ruta de la Ucedé o le dispare con un archivo de todo lo que ha hecho y dicho.
Ya se ve que no es fácil la vida de un buen burgués, amante de la noche, de las discos, de las motos de alta cilindrada, de lujosos departamentos en Mar del Plata, su ciudad, que de buenas a primeras tiene que mostrarse como el campeón del mundo de los progres. Y, el colmo de los colmos, trabajando para patrones que ni siquiera le creen. Con toda la razón, él bien podría argumentar que esos mismos patrones hoy se abrazan con Osvaldo Papaleo, un reaccionario que cerró el diario La Opinión, de Jacobo Timerman, y que aplaudía cuando la Triple A de su admirado López Rega derramaba sangre montonera. Con toda razón podría recordarles que ahora tienen como aliado en el Senado a Carlos Menem, y si definitivamente se ofusca podría citar las furibundas críticas que años atrás hacían las Madres de Plaza de Mayo de Santa Cruz al entonces gobernador por negarse a recibir a Hebe de Bonafini y por darle la espalda a la causa de los derechos humanos.
Humildemente, yo me permito aconsejarles a los Kirchner que no tiren demasiado de la cuerda. Que no exageren. No sea cosa de que Amado se suba a su Harley-Davidson y, harto y arrepentido, tome a toda velocidad el camino de regreso.
fuente lanacion