( oficialismo), es una muestra, en sí misma, de aquella percepción: decir que todo está bien donde algunas cosas, evidentemente, están mal.
Por caso, a Néstor Kirchner le sirvió esa particular manera de ver la realidad y de tergiversar la historia para disimular el fuerte revulsivo interno que ha provocado su figura, y algunos de sus movimientos, en la tropa brava de intendentes y caciques territoriales bonaerenses, algunos de los cuales creen, en privado, que ha llegado el momento de marcar límites a un hombre que los ha amado y los ha traicionado cuantas veces ha sido necesario.
En suma, que a la luz del día, todas aquellas medidas, aquellos planes y estrategias que Kirchner y Cristina Fernández armaron en Olivos, después de la derrota de junio y, más tarde, cuando perdieron las mayorías en el Congreso, destinadas a mostrar fortaleza allí donde no escasean debilidades, y a garantizar cierto blindaje al gobierno, durante sus dos últimos años de gestión, padecen, cuanto menos, síntomas de fatiga de material.
Conviene repasar en detalle, para mirar todo el cuadro. Como queda dicho, hubo un estudiado plan de los Kirchner para anticiparse a lo que ellos sabían que vendría después del recambio legislativo de diciembre: dificultades para sacar algunas leyes, un casi cantado protagonismo de Julio Cobos en el Senado, donde propios y extraños, y hasta el mismo mendocino, auguran que tendrá que sentarse a desempatar no pocas veces, durante el ejercicio parlamentario que viene. Una certeza que espanta al matrimonio y a sus laderos, aunque, fieles a aquella premisa, dicen y dirán en público que no hay de qué preocuparse.
En ese derrotero, hubo que echar mano a cualquier recurso, muchas veces a contrapelo de la más elemental institucionalidad, y con absoluto desapego hasta por el simple reglamento parlamentario, para sacar de apuro leyes como la de Medios, la reforma política, las que renovaron por dos años el manejo de impuestos por parte del gobierno con desprecio por las necesidades de las provincias, y la tan cuestionada emergencia económica, reclamada por una administración que, a la vez, asegura que lo peor ya pasó y que la Argentina es modelo de crecimiento y estabilidad en el mundo.
En medio de ese falso jolgorio, la ley que permitirá a los Kirchner controlar a la prensa independiente y hacerse de una veintena de canales y estaciones de radio sin el menor prurito, ya sufrió tropiezos por la decisión de tres jueces, uno de ellos escarnecido públicamente por Aníbal Fernández, sólo por haber firmado el fallo unas semanas antes de jubilarse, de trabar su entrada en vigencia. El gobierno cometió el mismo pecado que otros veces: decidió matar a los mensajeros y, en algunos casos, desempolvó viejas carpetas, como prueba fehaciente de que también a los Kirchner y al inefable Aníbal le molestan los fallos cuando no dicen lo que ellos quieren.
El jefe de gabinete minimizó la cuestión y anticipó que esos pronunciamientos de primera instancia serán apelados. Esconde un presentimiento que anida en la cima del poder: que será, finalmente, la Corte Suprema de Justicia la que tendrá que resolver. Y no hay garantía alguna de que jueces como Carlos Fayt y Carmen Argibay, o el propio titular del cuerpo, Ricardo Lorenzetti, que viene de criticar las violaciones a los derechos de propiedad en la Argentina, vayan a convalidar los reclamos del gobierno. Se escucha, en pasillos oficiales, que otro ministro, Eugenio Zaffaroni, piensa igual que esos tres de sus colegas supremos.
Puede decirse, por cuerda separada, que los tropiezos que ha comenzado a tener la Casa Rosada tras la sanción de la reforma política y la inauguración oficial, por parte de Cristina Fernández, del "reinado del veto" que, al parecer, va a jalonar la segunda mitad de su mandato, ha traído más problemas internos que externos, que el kirchnerismo se preocupa en disimular detrás de aquella pátina de triunfalismo.
No sorprendió tanto que los representantes de los partidos chicos, heridos de muerte por una reforma que los condena a la extinción lisa y llana, hayan puesto el grito en el cielo por ese veto presidencial. En todo caso, sorprende que ellos se hayan sorprendido, valga el juego de palabras. Ahora, observan impotentes cómo Kirchner los usó cuando los necesitó para sancionar otras leyes, como la de Medios, y, trascartón, les clavó una daga en la espalda.
Lo que ha llamado la atención es la convulsión que la decisión de la presidenta provocó en los bloques del oficialismo del Congreso. Algunos encumbrados integrantes de esas bancadas pusieron el grito en el cielo, cuando se enteraron del veto: borra de un plumazo el intenso trabajo que debieron desplegar para que la reforma fuese convertida en ley. Mucho peor, vaticinan esos confidentes, la movida condiciona cualquier búsqueda de acuerdos con aquella oposición, de los que el kirchnerismo necesitará varios durante el año parlamentario que viene, por su ahora precaria condición numérica. Un importante diputado, de trabajoso empeño a la hora de intentar pescar consensos en un mar de desconfianza, dijo que se enteró del veto cuando lo leyó publicado en el Boletín Oficial.
Detrás de su renovada alianza con Hugo Moyano, que todos juntos sellaron en aquel importante acto del gremio de los camioneros en un estadio porteño, hay, al menos, dos acechanzas que el gobierno conoce, pero disimula. La primera proviene del propio líder sindical. Moyano ha comenzado a destapar de a poco sus aspiraciones políticas, que, en una primera etapa (a sus íntimos les ha dicho, en un brindis reciente, que sueña con ser "el Lula" argentino) lo llevaría a intentar un salto a la candidatura a gobernador de Buenos Aires, en 2011. De arranque, esa estrategia supone el desembarco, más temprano que tarde, en un territorio que Kirchner pretende tener alambrado para su exclusivo beneficio.
El apoyo del camionero estará siempre condicionado a sus propias necesidades políticas, y, de hecho, a sus insaciables reclamos gremiales, que los Kirchner están obligados a conceder sin chistar, para no sufrir en carne propia el poder de fuego del titular de la CGT. Y los factores de poder bonaerenses, ya se ha dicho, han empezado a mirar con lupa el liderazgo del santacruceño. Hay un dato inmediatamente a la mano: Daniel Scioli reunió a ciento cuatro intendentes en una reunión que organizó en La Plata, para pedirles apoyo y dedicación para transitar un año duro, como será 2010. Unos días antes, menos de treinta de esos caciques aceptaron la invitación para asistir a un encuentro con Kirchner, en San Nicolás. La mayoría del resto adujo problemas de agenda. Otros se animaron, en privado, a rechazar el momento elegido para sacarse una foto con el ex presidente. Fieles a su historia, ninguno demoraría un pestañeo, si se trata de correr a encolumnarse detrás del nuevo líder. Aunque en el caso de Moyano se trate, claro está, apenas de una película de cienciaficción.
La siguiente preocupación oficial en el campo sindical y social deviene de algunos fracasos que ha mostrado el gobierno, en los últimos tiempos. No cumplió con su promesa de avanzar en el reconocimiento vía personería gremial de la Central de Trabajadores Argentinos, que navega por esa razón entre las aguas del alineamiento crítico o el pase a posiciones más duras hacia la administración. No ha podido desalojar de la calle a los grupos de piqueteros que no cuentan con el favor de Alicia Kirchner, y amenazan, junto con las organizaciones sindicales más combativas y grupos de izquierda todo terreno, con hacerle la vida imposible al matrimonio de Olivos, con el desgaste social y una todavía más pronunciada caída en los sondeos de imagen que eso implica, por el hartazgo que muestra, a estas alturas, el ciudadano de a pie.
Por si fuese poco, la orden de los Kirchner a Carlos Tomada para que apele la resolución de la justicia que terminó con el reinado de su aliada, la embajadora Alicia Castro, en el gremio de los aeronavegantes, es apenas otro botón de aquella muestra destinada a negar que hubo una derrota allí donde se buscó sostener, mediante los estrambóticos tejes y manejes de Aníbal Fernández, que pasaba todo lo contrario.
La presidenta usó, por enésima vez, la cadena nacional de radio y televisión para anunciar el lanzamiento del Fondo del Bicentenario, una masa de 6.500 millones de dólares escamoteada a las reservas del banco Central, destinada a solventar los compromisos de la deuda del año que viene sin tener que hacer algo más saludable, como hubiese sido bajar algunos puntos el exorbitante gasto público. Cristina Fernández batirá parches de triunfalismo sobre ese punto, en los días que vienen. Por debajo, todavía se oyen las quejas del titular del BCRA, Martín Redrado, por una decisión que, en la intimidad, no comparte y que, según varios indicios, conoció apenas sobre la hora del anuncio en la Casa Rosada.
Y la oposición espera, con armas en ristre, que se reanuden las sesiones ordinarias del Congreso para intentar voltear, con sus nuevas mayorías, esa medida del gobierno, a la que considera inconstitucional y violatoria de las normas que rigen la vida del BCRA.
La Casa Rosada, en un gesto nada casual, ya decidió que no llamará a sesiones extraordinarias del Congreso. Sin proyectos propios a la vista que le interese tratar en ese período, el gobierno prefiere, con una no menor dosis de pragmatismo, que, si tiene que padecer algunos sofocones, ello ocurra lo más tarde posible. Dicen, en los pasillos de la sede gubernamental, que, entre el arranque formal del período parlamentario de 2010 en marzo, y el funcionamiento efectivo de ambas cámaras y sus respectivas comisiones, Kirchner tendrá tiempo, por lo menos, hasta mitad de año para intentar rearmar la tropa y recuperar algunas alianzas perdidas.
Un caso emblemático es el de Martín Sabatella, quien se subió rápido al carro del kirchnerismo, apenas ganó la banca, pero se bajó igual de veloz, cuando se sintió traicionado por el veto de Cristina Fernández a la reforma política.
La oposición parlamentaria parece, por fin, unida detrás del objetivo opuesto: arrancar en marzo con varios proyectos destinados a voltear otras tantas iniciativas del gobierno, como la ley de Medios, la misma reforma política, el decreto que dispuso el pago de la deuda con reservas del Banco Central, la reforma al Consejo de la Magistratura, y las modificaciones a la Auditoría General de la Nación y la Comisión Mixta Revisora de Cuentas, que el oficialismo maneja, hasta ahora, con mayoría de representantes y que le permite cajonear cualquier denuncia de irregularidades o, directamente, de sospechas de corrupción en el gobierno.
En el plano político, el gobierno festeja algunos malpasos de sus rivales más directos, como Mauricio Macri y Eduardo Duhalde, quien ha escalado en la puja verbal con Kirchner y, finalmente, ha desnudado su intención de ser candidato a presidente en 2011, aunque lo haya hecho después de soportar el fuerte desplante que le regaló Carlos Alberto Reutemann.
El jefe del gobierno porteño ha cometido más de un pecado de ingenuidad, desde que llegó al edificio de la calle Bolívar. Pero el despido del ministro de Educación, Abel Posse, a sólo once días de haber jurado, por haber sido petardeado desde el vamos por los gremios docentes, colmó el asombro de muchos y la paciencia de algunos hombres y mujeres de PRO. Kirchner y sus seguidores, se insiste, se frotan las manos. "¿Se imaginan a este muchacho si llega a ser presidente?", lo chicaneó Aníbal Fernández, con irónica y ancha sonrisa.
En medio de esos enjuagues, en campamentos kirchneristas y duhaldistas, queda la impresión de que la pelea entre Kirchner y Duhalde subirá de tono y se mantendrá en el centro de la escena política nacional, en tanto Reutemann o Francisco de Narváez no concreten finalmente (uno porque termine con su habitual parquedad, y el otro si recibe un aval de la justicia) sus propias aspiraciones de llegar a la Casa Rosada, en 2011. Aquellos vanos triunfalismos oficiales, y estos aprestos tempranos y nerviosos del caudillo bonaerense por torear a su odiado ex socio, caerían, en ese caso, por el propio peso de una realidad que ninguno de ellos desconoce. Y que tiene que ver con el fenomenal rechazo social que hoy cosechan casi por partes iguales.
Fuente : La Nueva