El narcotráfico es un flagelo mundial que no priva de su presencia, en mayor o menor medida, a ningún país. Tanto es así que se asiste al encuentro entre el flagelo y las sociedades. Algunas de ellas, como la argentina, que inicia con temor sus primeros contactos y toma conciencia paulatina de su magnitud y gravedad.
Existe una construcción subjetiva y una construcción objetiva sobre dicha vertiente del Crimen Organizado. La primera está vinculada a un estado acomodaticio que regula los alcances de la barbarie de acuerdo a los intereses y/o necesidades. También de acuerdo a los pactos establecidos con un poder que siempre supera al político. La segunda es aquella que se basa en la investigación empírica. Es decir, en la experiencia. En el exhaustivo trabajo de campo.
Mientras la primera es la que optan algunos sectores de la clase política negadora; la segunda es utilizada por una oposición que en su mayoría está colmada de palabras, lugares comunes y frases de impacto. Sectores simulacro que entienden a la metodología cualitativa solo para la cámara cuando sin embargo, a ciencia cierta, no tienen idea de cómo resolver o al menos encaminar un estado de inseguridad que nos envuelve y condiciona en lo cotidiano. Se empeñan, incluso algunos, en banalizarlo. Utilizando la palabra narco para la descalificación más cobarde. Faltándole el respeto a los verdaderos narcos.
Estado parasitario/Los dos polos
El narcotráfico es un proceso que en nuestro país lleva décadas de gestación mediante una construcción local y una importación de células criminales. Los datos que la investigación arroja tienen que ver con diversas etapas que van desde el consumo y el testo de país como mercado, hasta la explosión del fenómeno en la última década y posterior consagración en el año 2014. Cuando la línea mexicana le muestra a los investigadores del mundo que Argentina era la opción más apetecible del triángulo sur (Chile- Uruguay- Argentina)
Así es como durante décadas se forjaron dos polos. El polo inconsciente sostenido en una cápsula individual y el polo que consiente entregaba a la sociedad a la voraz rentabilidad de la economía blanca apenas, en ocasiones, superada por la economía negra -la del petróleo-.
Dichos polos hoy se chocan puesto que el polo inconsciente fue “obligado” a salir de la cápsula ante los hechos de la vida cotidiana que nos dan una prueba diaria de ser un país atravesado por una de las principales ramas de la criminalidad con un estado de descomposición social sostenido por la Anomia que perforó el tejido ante la creación de un aparato reproductivo de marginalidad que hizo de los planes de trabajo la variable y no el complemento. Una marginalidad que nada tiene que ver con la pobreza y que al encontrarse ignorante y parasitaria se inclinó, sin más, al delito. En ocasiones a los delitos comunes y en otras a los delitos de narcomenudeo que dejan una billetera abultada al final del día.
Mapa del delito
Debe comprenderse que aunque la información sea dura no es caprichosa. No es una información enfocada en contra de nadie sino por el contrario es una alerta a provincias, ciudades y partidos que han sido entregados. Entregados por una omisión que siempre termina siendo connivente.
No se trata de voluntarismos. Se trata de una realidad que atraviesa al país sin excepciones pero que tiene puntos neurálgicos por color local, desplazamiento interno y/o permeabilidad fronteriza.
Actualmente el primer puesto del PBI narco delictivo a nivel nacional lo comparten la Provincia de Buenos Aires y la Provincia de Santa Fe. Dos provincias sensibles al delito. En donde una hace culto a las policías locales que responden a una ecuación directamente proporcional: “A más policías, más delito” y la otra hizo de la seguridad una ficción ni siquiera cuidada basada en el desplazamiento de la miseria construida hacia otros lugares del mismo territorio provincial o bien, empujándola hacia otras provincias.
Por su parte CABA, la ciudad de los contrastes, bajo la licencia de que el narcotráfico es un delito federal, ni siquiera se ocupó y ocupa del narcomenudeo. Con lo cual las villas crecieron exponencialmente y con ellas el mito de la urbanización con el narcotráfico adentro. Un Gobierno, el de Macri, que arrastra en seguridad las impericias de Ibarra y Telerman. Que basa la seguridad en la precaria Policía Metropolitana y que a un delito le responde con un jardín colgante.
Una ciudad, la de Buenos Aires, estéticamente bella por sectores. Inspirada en lo mejor de París y Ámsterdam pero con un tejido social que necesita más que estética reconstrucción interior y después maquillaje.
Entre delicados faroles y bicisendas CABA cuenta, de acuerdo a informantes claves y relevamiento de datos, con 650 kiosquitos de venta de droga. 250 más que la ciudad de Rosario que tiene, según fuentes, 400. Algunos de ellos desmantelados aquel día de 2014 cuando irrumpió con jactancia el Turismo Aventura de Berni y que luego, al retirarse la Gendarmería que ofició de decorado, volvieron a montarse.
Suman, aproximadamente, CABA y Rosario, un total de 3100 millones de pesos anuales de acuerdo a información recogida de diversos ángulos y fuentes.
Por otra parte y que es primordial para el negocio, similar es el camino de las cocinas móviles que pululan por los territorios para salir del panóptico cuando los medios hacen foco. Cocinas que experimentan la reacción de drogas de diseño con niños sin continentes. No muy lejos las divinas plazas y parques. (Leer “La Droga Santa”. http://www.soclauraetcharren.blogspot.com.ar/2015/04/la-droga-santa.html)
Convivir y contener al narco
Desde medidas parche como las policías comunales hasta las cámaras de seguridad sin patrullaje cercano, el país asiste al equilibrio del narcotráfico que constata porqué Argentina es el país elegido y al desequilibrio de una sociedad que no encuentra en los candidatos una real decisión política de afrontarlo porque la plataforma retórica está basada en clichés.
La realidad es que sin un riguroso mapa del delito no hay diagnóstico y sin diagnóstico no pueden elaborarse medidas reales. Entonces aparece la verborragia de lo que consideran, en los imaginarios, una genialidad y la seguida deshonestidad intelectual de decir que van a erradicar al narcotráfico cuando en realidad, con el narcotráfico, habrá que convivir mientras se inicia un proceso de avance sobre el mismo que consiste en la contención para que lo que está en el interior no siga creciendo y para que desde las fronteras no nos sigan penetrando.
Hoy la decisión política para ello y la consciencia de las medidas por plazos la tiene, acabadamente, el Gobernador de la Provincia de Córdoba. José Manuel de la Sota quien no solo reconoció el flagelo en su provincia que estalló a fines del año 2013 sino que además y a partir de entonces sumó, a la depuración de las fuerzas de seguridad cambios en la política de prevención del delito y limitación al narco que tiene su epílogo parcial con la creación de una nueva fuerza policial antinarcotráfico que depende del poder judicial y no del ejecutivo.
Se trata, dicha policía, de una fuerza élite especialmente entrenada que nada tiene que ver con las policías locales. Son alrededor de 240 uniformados armados para operar sobre la feroz vertiente.
Una fuerza que puede llevarse al plano nacional y que encuentra en la figura de De la Sota el reconocimiento de la independencia de poderes que a su vez acelera los procesos vinculados al narcomenudeo. Y que podrá, mediante la investigación criminal, impedir a las bandas de otras provincias limítrofes que quieren ser parte del paisaje cordobés ingresar.
Un candidato que no simula sino que trata con rigor un tema que cambió el escenario social, incidiendo en las formas de actuar, pensar y sentir. Un candidato que planteó en reiteradas oportunidades que contenido el narco, la lucha vendrá con una política regional no basada en el desplazamiento sino en la coordinación entre los diversos países.
De la Sota hoy se presenta como el candidato más formado que tiene por delante el desafío de penetrar en el colectivo social. En todas las capas que entienden que la seguridad no es un sueño ni una opción. Que saben que la seguridad es un derecho.