Miles de personas soportaron horas bajo un sol abrasador, para ver de cerca el paso de los pilotos que devolvieron los aplausos con un show en plena calle, donde no faltó el ruido ensordecedor de motores y las huellas de caucho quemado en el asfalto para delirio del público 'fierrero'.
Marcos Patronelli, coronado en cuatriciclos, tuvo su baño de gloria a su paso por la avenida Del Libertador hacia el predio del barrio de Palermo donde se realizó la premiación, en un recorrido en el que fue detenido varias veces por el público, al igual que su hermano Alejandro, segundo en la misma categoría.
Protegidos del sol con paraguas, cartones o lo que hubiera a la mano, los aficionados, algunos con niños pequeños, festejaron hasta el delirio las arriesgadas maniobras de los pilotos de motos, el tronar ensordecedor de las bocinas de los camiones y el paso ladeado sobre dos ruedas de los cuatriciclos.
"Vengo desde Bahía Blanca, a 700 km, sólo para ver esto, llegamos con mis dos hijos y este es mi regalo de cumpleños que es hoy, haremos el esfuerzo de soportar el calor hasta el final", dijo Ernesto a la televisión, un aficionado de flamantes 52 años que asistió junto a sus hijos de 9 y 12.
Para José no hay duda que "el Dakar es una bendición para Argentina, ojalá que siga viniendo y que llegue también la Fórmula 1", dice este español de 64 años que hace 50 reside en Argentina y que llegó envuelto en una bandera de España para vitorear a su coterráneo Carlos Sainz, campeón en autos.
"Estoy feliz, ganamos los españoles y los argentinos, fue una carrera muy áspera", dijo frente al Monumento a los Españoles, en el corazón de los parques de Palermo, en torno al cual los pilotos daban varios giros haciendo alarde de su dominio del volante.
"Venimos desde Rosario (312 km al noreste de Buenos Aires) exclusivamente a ver el desfile y trajimos hasta al perro", dijo Alejandro (41 años) sujetando de la correa al animal a quien llamó 'Fierro' en honor a su pasión por el deporte motor.
Un show aparte fue el paso de los Hammers, algunos con giros de trompo y otras audaces maniobras que colocaban al vehículo al borde del derrape, para delirio de los fanáticos y pánico de los no tanto separados de los vehículos por un débil vallado.
El estadounidense Robby Gordon puso de cola su Hummer en una rápida arremetida que enfervorizó a los cientos de personas agolpadas contra las vallas para tomar una fotografía del carismático piloto y su imponente vehículo.
"Este tipo está loco, pero lo que hace me encanta", admite Fernando (45), tosiendo tras el vaho que dejó el vehículo mientras muestra una de las camisetas con el logo del rally que se vendieron como pan caliente en las inmediaciones del desfile pese a su elevado precio, 80 pesos cada una (unos 25 dólares).