Desde 2004 los salarios acordados en los convenios colectivos crecieron siempre unos puntos más que la inflación real sin solución de continuidad hasta el año 2009, por seis años y en forma consecutiva, tendencia que se mantuvo en estos dos últimos años a pesar de los augurios de recesión, de la retracción en algunas actividades, y el efecto de la crisis internacional, que nunca llegó.
El efecto se logró por la conjunción de varios factores: se volvió a la negociación colectiva por actividad a partir de incentivos que generó el propio Gobierno Nacional; se aumentó el Salario Mínimo Vital y Móvil de $ 200 a $ 1540, en más de un 700%; se fomentó y apoyó a los gremios en las medidas de fuerza realizadas contra el sector empresario en procura de mejoras salariales; y por último, se promocionó la política de mejoramiento de la distribución del ingreso, que procuró ajustes mayores en la base de la estructura que en el resto de la pirámide.
Nada cambia para 2010, donde la incógnita fundamental para establecer el marco de las negociaciones salariales es la inflación, que todos los expertos estiman como superior al año 2009 (15/16%). Por lo tanto, con una inflación en torno del 18/20%, puede determinar un promedio salarial que podría instalarse en el 14/15% en las actividades más rezagadas y hasta un tope de 23/26% para aquellas que registren una mejora en el nivel de actividad.
El nivel de crecimiento es otra incógnita, pero ningún experto la ubica por debajo del 3/5% de mejora del Producto Bruto Interno (PBI).
El sector estatal puede gravitar en los vaivenes de la negociación colectiva, ya que está retrasado respecto de la actividad pública, según una amplia dispersión, entre un 20 y un 30% por debajo del sector privado, a la inversa de lo que ocurría en la década del 90’.
El nivel de desempleo que hacia fin de año oscilará en torno del 10% real, puede mejorar en forma selectiva, lo que puede arrojar un nivel sin variantes por el primer semestre. Un nivel estable sería un éxito importante en la medición de los índices relacionados con los recursos humanos, ya que se revertiría la tendencia negativa del 2009.
La crisis del sindicalismo es un fenómeno que reconoce muchas causas, pero sin dudas, sesenta años del unicato o monopolio de la representación, son un récord y a la vez, no podían dejar de producir un ciclo y un importante desgastarse. Al cuestionamiento clásico de la falta de transparencia en las elecciones de las autoridades sindicales, con líderes que se han perpetuado en el cargo, no permitiendo el recambio institucional, le siguen una larga lista de críticas.
Por otra parte, el sindicalismo peronista ostenta como un logro el hecho de haber sido un escudo claro y exitoso contra los movimientos de izquierda que nunca pudieron adquirir protagonismo relevante, y preservaron ciertas reglas que se suelen denominar ‘códigos’, mezcla de normas no escritas y lealtades, que permitieron recorrer un largo camino de más de 60 años. Estos códigos fueron violados por varios de sus protagonistas en esta nueva era ‘K’, de modo que a las viejas reglas le quedó muy poco de su larga tradición. En otros términos, pocos están conformes con el modelo. Los trabajadores se quejan de la representatividad de sus verdaderos intereses, las empresas de muchas acciones extorsivas muy lejanas de las viejas controversias y negociaciones con los gremios, las autoridades se agravian de la dispersión y de las divisiones del movimiento sindical, la comunidad en general, ver organizaciones poderosas criticables dentro de un cuadro de singular heterogeneidad, que dista mucho de ser ejemplares. A estos componentes se le agregan el cuestionamiento de la Corte Suprema al modelo a través de los fallos ‘ATE c/Ministerio de Trabajo’, y ‘Rossi c/Estado Nacional’, en donde lisa y llanamente plantean la falta de respeto a las libertades sindicales individuales y colectivas amparadas por el art. 14 bis de la Constitución Nacional y por los Tratados Internacionales de los derechos humanos y los laborales (Convenios de la OIT). A su vez, numerosos grupos sociales y de izquierda se han interpuesto en el conflicto laboral, como ocurrió en los casos Kraft y Subterráneos de Buenos Aires, de modo que muchas medidas de fuerza no tienen contenido económico sino estratégico o político.
El resultado de este proceso será, sin dudas una nueva forma y una nueva serie de conflictos individuales, pluri-individuales y colectivos que combinarán disputas de la representación y el encuadramiento, con otros típicos como los salarios y las condiciones de trabajo.
Salarios y conflictos jugarán un papel esencial en torno del equilibrio que no debería perder la economía nacional, en un contexto de alta exposición, con un importante incremento de la deuda pública, y políticas intervencionistas del Estado que han demostrado su ineficacia con efectos contraproducentes. Se espera un escenario inflacionario que para evitar el caos no debería superar el 20%. Todo ello en vísperas de un año como el 2011 que volverá a ser electoralista, con todos los componentes que ello implica.
En otros términos inflación, conflictos y salarios pueden tender al caos y con ello comprometer un año 2010 que puede ser de regreso al crecimiento, en cuyo caso, no deberíamos desperdiciarlo.
Fuente : El Cronista